EL BELLOTO - 1952

Más que pueblo es un tránsito, y más que rincón es un camino amplio, lato. Es pequeño y esta aromado de mostos, de caldos de uva, de chicha fragante. A comienzos del otoño, en abril especialmente, tiene esta característica. La fiesta de la vendimia, celebrada con ánimo propenso, es la coronación de las faenas.

La gente que aquí habita ve desfilar constantemente, por la carretera que lo parte en dos, autos y otros vehículos. ¿Qué idea de tiempo y espacio darán este ver pasar indefinido? ¿Qué sentido tendrá la vida frente a este ajetreo constante? Los abuelos dicen que no ha mucho, escasamente poblado, era un remanso llano de benigna paz. De tarde en tarde pasaba una carreta. La gente se adormitaba al sol junto a las vides... El silencio lo distanciaba todo...

El Belloto y otros muchos lugares están en este camino que llega a Valparaíso. Es una franja de unión y a todos les da este cariz de lugares de tránsito y los predispone a esa visión huidiza de seres y cosas. La mayor población está junto a este camino. Se han apiñado aquí las casitas pintorescas o están en filas. Se admiran los hermosos pinos que las cuadriculan. También, en gran parte, orillan esta franja de cemento. Hay quintas junto a los parrones y a las viñas, trazados sobre la tierra aparentemente áspera y llena de resquebrajos y que, no obstante, produce uva dorada y nectarina. Es un remedo del valle de Elqui. Se camina junto a las mielgas de vides con preocupación de posibles traspiés, pues hay que seguir el ritmo de las ondulaciones de la tierra, elevada en mesetas y partida en resquebrajos, pero todo medido: ni aquellas son elevadas, ni éstos anchos ni profundos. Avanzando por estas lomas de suave ritmo, se recibe una lección viva de geografía: el llano central, la Cordillera de los Andes y la Cordillera de la Costa aparecen con sus perfiles destacados. Encima el cielo azul, siempre clarísimo y transparente, es una ancha cúpula que todo lo cobija bajo su curva inmensa. Por él cruzan los aviones, que vienen o van, contribuyendo aún más a dar esta constante idea de cosa fugitiva, de inestabilidad, de ser todo un ir y venir perpetuos.

(Graciela Illanes Adaro, Revista "En Viaje" de Ferrocarriles del Estado, N.230, diciembre de 1952)


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